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Ahogándonos, de lluvia y de balas

6/15/2018

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​Rinconcito
es un rincón pequeño especial en Somos en escrito para escritos cortos: un poema, un cuento, una memoria, ficción de repente, y otros.

Diluvio de Cuaresma

​Por Oscar Moreno

Esos días eran de diluvio de Cuaresma y diluvio de balas. Llovía sobre los empresarios extorsionados, sobre los drogadictos en centros de rehabilitación, sobre los dueños de bares, sobre los maestros, sobre los policías, sobre los sicarios, sobre los soldados. Era un diluvio sin arca. Nada más era cuestión de ver cuando se iba a inundar la calle cómo de costumbre en Juárez y que cuando el agua iba a alcanzarnos las cejas, ahogándonos. Me hubiera gustado ser Noé, pero solo me tocó ser Benicio y solo tenía un par de animales: Dos perros muertos enterrados en el patio después de que los atropellaron enfrente de mi casa.
Por eso tenía tanta urgencia de decirle a Cristina cuánto me gustaba. De cuánto me gustaban sus ojos y cabello color miel, su piel que (en buena onda) me hacía pensar en el betún de vainilla, de lo chaparrita que era, de cómo volaba su falda del uniforme con cada paso que daba, que más que pasos eran brincos, de sus piecillos en las zapatillas negras del uniforme. Pero en cada ocasión que estaba sola y yo veía oportunidad de hablar con ella, no podía. Estaba en primero, siempre se ponía en las escaleras que conectaban el primer piso de los grupos de primero con el segundo piso de los grupos de segundo. Siempre bajaba las escaleras y me quedaba sobre el último (o primer escalón, dependiendo de la perspectiva de cada quién) y la veía, intentando animarme a hablarle. Me llegaba una parálisis y unas ganas de darme la vuelta y correr, cosa que si hice varias veces. Por una parte, esperaba que no se diera cuenta, por otra, esperaba que sí, a lo mejor hasta curiosidad le daba verme hacer eso.
Pero sabía que no podía depender de la curiosidad para hablar con ella, entonces un día me animé a ser directo y decírselo. ¿Qué iba a pasar? De verdad esperaba que ella también dijera que yo le gustaba. Y si no, pues ni modo, o más bien que culero. Pero era el tipo de culería que se perdía entre todas las cosas culeras que el universo estaba vendiendo en oferta en ese entonces. Hubiera sido bien si fuera venta de liquidación, pero ni madres. No me quedó más claro aquella vez que saliendo de la escuela, iba en el carro con mi mamá y nos quedamos en un embotellamiento ahí en el Parque Industrial por la escuela. No nos extrañaba este tráfico pero si nos extrañaba que fuera tan lento. Esas filas se hacían más para ir a El Paso que para otra cosa. Ya luego nos tocó ver lo que había pasado: Un Camry color cromo agujereado de balas y estampado contra un poste de luz. Estaban los del SEMEFO metiendo un cuerpo adentro de su troca y otro cuerpo lo cubrían con una manta blanca que lentamente se empapaba de sangre. Al lado estaba una ambulancia, con los paramédicos atendiendo a una persona que no podía ver dentro, pero antes de que pudiera deducir bien de quien se tratara, mi mamá me volteó hacia ella con su mano derecha.
-No veas –  me dijo y quizás tenía buen motivo para hacerlo, después de un rato sentí algo cómo electricidad llenar mi cuerpo, cómo un susto mezclado con unas ganas enormes de llorar. Intenté aguantarme, no quería armarle una escena a mi mamá en el carro. Pero llegando a la casa, sentí un calor enorme en mi cuerpo y muchas ganas de cerrar los ojos, sintiendo que todo se me iba de mi control y acabé desmayándome sobre mi cama. O por lo menos, eso me han dicho que fue cuando le cuento esto a la gente. En su momento se sintió más cómo un chorro de ganas de dormirme inmediatamente. No recuerdo si soñé algo, solo recuerdo algo de Cristina y algo sobre los cuerpos del auto baleado. Juntos me hicieron pensar que si, en efecto, a lo mejor no nos quedaba mucho tiempo y tenía que cantársela a Cristina. Valer burger lo veía muy probable para mí y para ella, entonces era hora de decirle la verdad.
La mañana del día siguiente me quedé viendo a la lluvia caer sobre los pastos y árboles del patio de la escuela desde la ventana del salón. Intentaba disimularlo pelando los ojos, fingiendo que veía el cuaderno o que leía los libros. Le caía bien a los profes, entonces no era tan probable que se dieran cuenta de lo que hacía. De todos modos los profes ese día andaban como idos, cómo si no hubieran dormido bien o cómo si se quisieran resfriar. Nada más esperaba  a que fuera el receso y en lo que iba a decirle. Si algo lograba la lluvia sobre el zacate y los troncos de los árboles era tranquilizarme.
Llegó la hora del receso y salí a buscarla al primer piso. No estaba y no la vi en ningún lado. La busqué también en el tercer piso y nada. Sus compañeros me decían que tampoco la había visto, que no había venido a la escuela. Decidí ir a la tiendita y vi que Sergio, el encargado, andaba sollozando entre las veces que recibía dinero y las veces que repartía papitas, tortas y burros. Estaba la posibilidad de que andaba de mariguano cómo le gustaba chismear a mis compañeros. No sabía si admirar que con todo y lo que lo que se veía de triste, un así viniera al trabajo. Pero tampoco sabía si encabronarme con la escuela por hacerlo venir a trabajar tan desmadrado.
-¿Qué pues, Mister Sergio? ¿Lo cortó la novia?- le pregunté.
Sergio negó con la cabeza.
-¿Entonces?
-¿Andabas preguntando por Cristina?
Asentí y trague saliva. El aire mojado me dio frio. Se acercó y susurró.
-Mataron a sus papás. Ella se dio un trancazo en la cabeza porque el carro se estampó contra un poste. Están esperando a que sea la salida para decirles. No querían fregarles el receso o las clases. Pero claro que sus profes y yo si nos tuvimos que enterar- dijo tragando un sollozo.
No sabía que decir ni que hacer, más que dar una sola cosa:
-Gracias.-
En efecto, a la hora de salida, los prefectos nos guiaron al patio de la escuela. Nos pusieron a todos en filas alrededor del Director Luján y la subdirectora Macías. Luján se veía presidencial con su cabello negro, altura y saco.
-Compañeros- empezó. –Les tengo noticias muy tristes. Su compañera Cristina Velarde de segundo B está en coma después de un ataque armado que sufrieron su familia y ella en la tarde de ayer. Se encuentra hospitalizada en la Poliplaza Médica. Si se animan, pueden pasar al hospital a dejarle alguna carta o regalo para que cuando despierte vea que la tuvimos en nuestros pensamientos. Somos un instituto laico, pero si están en necesidad de orar, háganlo-
Ahora le llovió a Cristina y a sus papás. Escuché a alguien exhalar y decir “Ni de pedo se despierta”. Algunas de las niñas tenían lágrimas en los ojos y se les escuchaba sollozar. Después de un rato de silencio, nos dejó salir.
Le pedí permiso a mi mamá para que me llevara al hospital para dejarle unas flores a Cristina. Pero me echó un chorro de preguntas: “¿Qué hacían los papás? ¿No los habrán matado por narcos? No digo que lo hayan sido, pero por tu bien y el de ella, por eso luego acabamos todos jodidos”. Me chocaba que dijera cosas así, pero tenía que aguantarme de no enojarme porque luego si armaba una escena de seguro no me dejaba ir a ver a Cristina. Escribí una carta, mi mamá me ayudó a escoger unas rosas en Wal-Mart y me dejó en el hospital, con ella esperando en el auto.
Cómo muchos, no soy fan de los hospitales. Incluso cuando los pintan de beige y los llenan de lámparas hoteleras, siguen sintiéndose y viéndose cómo el interior de un refrigerador sucio. Igual y esos son los escalofríos y sudor frío que se me trepan siempre que me meto a uno.
Pregunté por Cristina en la recepción y me perdí, tuve que dar cómo dos vueltas por todo el piso del hospital hasta llegar a su cuarto: el 204. Toqué la puerta y entré. Me recibió una chica de cómo treinta años de cabello largo negro, pálida cómo Cristina, chupando una Tootsie Pop de cereza. Se veía cansada, con sus ojos mostrando los rastros de una sombra que había sido corrida y arreglada varias veces.
-¿Vienes a ver a Cristina?- preguntó, con una voz ligeramente chillona.
- Si, señora- dije.
-No soy señora. Soy Enid, la tía de Cristina. Pásale- dijo y me dejó pasar.
Le di las gracias, cuidadosamente asomándome al cuarto. Y ahí vi a Cristina en la cama, con sus ojos cerrados y una venda sobre su frente. No sabía que fuera posible que se viera aún más pálida de lo que era, pero así estaba. Su pierna estaba firme y levantada, enroscada en un yeso ya con algunas firmas. La estaba viendo dormir, cosa que no esperaba hacer hasta ya que fuéramos novios. Ahora si tan solo pudiera hablar con ella. Cerré los ojos e intenté verla cómo cuando estaba despierta, cuando la veía en la escuela. Pero intenté no cerrar los ojos por demasiado tiempo, no quería verme raro. Le dejé las rosas con la carta entre las demás tarjetas y cajas de regalo que le habían dejado. Volteé a ver a Enid y le di las segundas y últimas gracias que le había dado en la visita y me fui.
Por una semana sentí la incertidumbre si iba a despertar Cristina. Por ahí los maestros nos decían que parecía que iba bien, pero no se podía confirmar nada aún. Nos recomendaron que si habláramos de sus padres que fuera solo para darle el pésame y no para más, que evitáramos cualquier mención de ellos en otros sentidos. Marcelina de Segundo B dijo que duró todo el día en el hospital gritando y llorando, pero Elizabeth de Segundo D decía que se la pasó encerrada, que nadie realmente podía saber si gritó tanto.  Luego un día llegó a la escuela en una silla de ruedas, escoltada por los prefectos. Se veía fría y distante, nada que ver con la Cristina que había visto en los recesos anteriores. En un receso, la vi viendo a los jugadores de futbol en el campo. Me acerqué a ella.
-¿Cristina?- le dije.
Volteó a verme.
-¿Qué quieres?- preguntó.
-Soy Benicio. Te fui a ver al hospital- le dije.
-¿El de la carta y las flores?-
-Sí-
-Ah. Gracias.-
-De nada. ¿Entonces te gustaron?-
-Si-
-¿También la carta?-
-Pues…me gustó tu letra. Y la ortografía-
Un grito desde el campo nos hizo voltear a verlos. Los jugadores estaban gritando y abrazándose, haciendo el tipo de gestos exagerados cómo los de “El Piojo” Herrera.
-Bueno, gracias- le dije
-De nada- contestó
Uno de los porteros sacó la pelota con una patada.
-¿Entonces yo no te gusto?-
-Ehm…no…ahorita no quiero novio-
-Va. Entiendo.-
-Perdón-
-No, está bien-
Me volteé para irme.
-Oye, no te vayas- dijo
Me regresé hacia dónde estaba ella.
-¿Qué pasa?
-Nada. Nada más si me gustaría que te quedaras aquí-
-Pero, ¿Y tus amigas?-
-Antes de todo este desmadre se estaban haciendo güey conmigo-
-Va, entiendo- Sonreí.
-Nada más una duda…-
Volteé a verla, intentando tragar saliva de la manera más disimulada.
-…¿Por qué no me dijiste antes?-
-Apenas me animé-
Asintió con la cabeza.
-Va-
-¿Si está todo bien?-
Un gentil coraje se veía en sus ojos.
-Es muy feo lo que te pasó-
-No me hagas mandarte a la chingada cómo a los demás-
-Perdón-
-No pasa nada, no hagas nada, ni me digas nada. Nada más quédate, ¿Va?-
-Va-
Dije y los dos nos quedamos viendo a los chavos jugar futbol.
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​Oscar Moreno born and raised in Ciudad Juárez, Chihuahua, México, endured the crime wave that took over Juárez in the late 2000s. During that time, he studied Creative Writing at the University of Texas at El Paso and then did a Master’s in Art and Design in the Autonomous University of Ciudad Juárez. His writing has been featured in the New York Times, the Seattle Star and the Rio Grande Review, while his scripts and short films have placed highly in such film festivals as the Sundance Lab and the Austin Film Festival. At present, he is in the Creative Writing MFA at UTEP, commuting every day across the border.

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