Excerpt from the novel, En el nombre del Padre y del Hijo
by Arnold Carlos Vento Eagle Feather Research Institute [email protected] ISBN 1-893175-04-9 Santos Aguila de la Paz había quedado suspendido viendo tras el Cristo del altar. Estaba solo en la iglesia vacía cuando le asaltó una voz lejana: ¡MUCHACHO!... ¡Ya se acabaron las misas para este día! ¿Qué te pasa? ¿Hay algo que te molesta? ¡Ay Padre¡ ¡Qué susto me dió! ...No, no tengo nada...es que...se me fué el tiempo, pensando...pero...bueno, gracias, Padre... Y se fué escurriendo Santos sin doblar las rodillas ante el altar, dejando al cura atrás rascando su cabeza calva... Follow up: Ese día me reuní con Francisco y Jesusita Candelaria, mis padres adoptivos, y me recibieron con mucho amor y cariño, haciéndome comidas especiales con mi postre favorito de plátano, galletas de vainilla y coco. Lo que resultó fueron las noticias inesperadas, la decisión de mudarse a Salem, un poco más grande que Santa María situado unos 15 kilómetros al norte donde Francisco trabajaba de carcelero en la cárcel del condado de Morelos. Y con ellos me fuí a pasar nuevas experiencias. A Panchito le acababan de ofrecer el puesto de Alcaide con un pequeño aumento de sueldo pero con trabajo para Jesusita encargada de las mujeres viviendo dentro del terreno penitenciario y la enorme cerca con entrada electrónica. Y allí en una casa que se había traído de una base aérea y pegada al edificio de ladrillo principal, fué dónde empecé de nuevo mi vida de este lado. Como eran los últimos días de agosto, la temporada escolar estaba para principiar y decidieron los Candelaria que yo siguiera en la escuela Católica de Salem. Se llamaba Sacred Heart o Sagrado Corazón y las clases eran algo avanzadas. Las clases siempre empezaban con el saludo a la patria y luego a nuestro señor: "My country 'tis of thee sweet land of liberty." "Our Father who art in Heaven, hallowed be thy name." Aparte de un sin número de materias, había catequismo que se tomaba como lo más alto de la verdad y se tomaba de memoria y de esa manera siempre había una respuesta aunque no sabíamos por qué. No es que no había explicaciones, sino que las explicaciones nunca nos daban más luz o comprensión. Y yo, desde el primer año siempre me fascinaban las velitas prendidas pero por alguna razón no me entraba al corazón con certeza lo que estaba pasando en el altar. Y no es que le faltaba respeto a Dios porque yo sentía una conección muy profunda con Dios pero me llegaba siempre de otra manera. Es que yo sentía, que lo que se decía y lo que se actuaba salía muy rutinario y no llegaba verdaderamente al alma. La iglesia era muy grande y muy moderna, hasta tenía aire acondicionado. Hasta no parecía católica porque los santos tenían unas caras y cuerpos largos y los Padres eran gringos y hablaban un español muy mocho en la misa para los mexicanos. Después de un tiempo me metieron de monaguillo sin darme instrucción. No había más que tratar de recordar el papel de otros monaguillos aunque la primera vez que lo hice, el otro muchacho me hizo señales con las cejas y los ojos para sonar las campanillas y para salir a traer el vino y agua. En esta misa, estaba el muy famoso Father Paster, por ser repelón, quien se impacientaba con cualquier cosa. Le di agua para que se lavara las manos y luego tomó la toallita. Cuando se llegó el tiempo de echar agua, más el vino al cáliz, yo, después de echarle un tanto de agua, le seguí echando vino con mucho cuidado y reverencia cuando echó el Padre un gruñido, sambutiendo el cáliz para que le cayera una cascada de vino rápidamente. Con cientos de ojos atestiguando el acontecimiento vergonzoso, no me quedaron muchas ganas de repetir ese rito sagrado.... Lo más divertido era el recreo donde diferentes grupos se dedicaban a distintos juegos. Era aquí donde se hacían las alianzas y sabía uno quién iba a ser tu sombra o camarada. Habían dos hermanos bolillos que por alguna razón no les importaba jugar o asociarse con mexicanos, pues la mayoría del tiempo en el valle siempre había una separación y reservación con escrúpulos para los de habla española, como si tuviéramos costra o la rabia. Estos dos hermanos se llamaban Donnie y Ronnie Fastlender y vivían afuera de Salem en un rancho. Nos contaban con mucho entusiasmo de las aventuras del monte, andar a caballo sin silla, estilo Comanche, la caza de gatos silvestres y lo hacían como si saliera directamente del teatro Rex del lado americano en Santa María donde había episodios de la selva. La invitación se extendió a todos pero creo que yo fuí el único que fué a dar a su paraíso escondido. Tenían dos caballos que creo que eran novios porque tan pronto que uno se movía el otro le seguía. Esto yo no lo sabía y me dieron al más jovencillo que tenía un espinazo largo y el pícaro Ronnie, el mayor, se arrancó como si fuera seguido por el diablo mismo y mi caballo tomó vuelo como un rayo y no tuve más recurso que agarrarme del pelo del crín, saltando como un grillo en un carrera de muerte, dándome golpes en la cola, tanto que, al ajustarme a un lado para amortiguar el golpe con la nalga, salté para arriba cayendo encima del pezqüezo, tijereándolo con las piernas, de manera que resulté al revés con el osico del animal en mi cara. Viendo lo que había pasado, después de mucha risa, Ronnie se paró dando alto al otro caballo: "That's not the way to ride the horse; you got it backwards!" El susto me llegó un poco después, pues no tuve tiempo de pensar en lo que pasaba. No sé cómo no se me quebró el "pezqüezo", ese atardecer. Después supe que estos no eran bolillos de por aquí sino que del Norte donde no se conocen los mexicanos..... También me hice muy amigos de otros dos hermanos que se llamaban Frank y Ray García, quienes eran muy listos para todo y consiguientemente se metían en toda actividad. Una vez, tuve que pedir permiso para salir al escusado, que estaba afuera, apartado del edificio principal, y allí fué donde ví que se estaba quemando el escusado por el humo que salía. Pronto me dí cuenta que Ronnie y Donnie encabezaban un grupo de fumadores. Chupaban unos cigarros que había hecho Ronnie de un tabacco viejo, que por hacerlos con rapidez, salieron desfigurados entre boludos y flacos. Estos muchachos eran los principales para el partido de futbol americano que se jugaba en una cancha dura y llena de piedras y hormigas. El año en la escuela católica se pasó sin novedades y sin saber por qué, Jesusita decidió que ya era suficiente con la escuela Católica y, probablemente por razones prácticas, nos matriculó en el último año de la Junior High School. El hecho de ir a la Junior High estaba como el sí pero no del tío Lucho. Había más estudiantes por clase y más desorden. Me gustaba que no había tanto mandamiento a cada minuto pero aquí la cosa iba de Guatemala a guatepeor. En la clase de matemáticas dada por una señora rete-gordiflona que le llamábamos "Old Lady Wolfe" (no era vieja y sin embargo...), había un tal Liborio alias el Chalán. Creo que así lo bautizaron porque traía siempre unos zapatos tan anchos y grandes que se parecían a los del chalán que cruzaba el río fronterizo en Santa Rita. Era el Chalán un tipo muy pícaro y le gustaba aún más la atención, echando siempre mil puntadas pero dando la impresión que estaba en todos los casos en control completo. Y así fué precisamente con la paliza que recibió de la Old Lady Wolfe. Había estado ya por mucho tiempo haciendo ruido y molestando gente allá por el último asiento trasero hasta que a la "ticher" se le colmó el plato. Moviéndose como un remolino que se lleva todo de encuentro, llegó este camión enorme con tanta facilidad que no supo el Chalán qué le pegó: tomando el libro que traía la maestra gordísima le dió con los dos brazos enormes, mil páginas, mil veces en la cabeza del Chalán y éste nomás risa y risa mientras le caía tanto conocimiento. También tuvo esta suerte (desgraciadamente) otro muchacho que se llamaba Lugones. Estábamos en un pequeño salón de clase para observar el Study Hall donde un señor pelón y medio nervioso estaba de maestro. No sé quien le aventó un proyectil de papel a Lugones, quien, por habilidad atlética, pudo pescarlo con gran destreza al momento de levantar la cabeza el maestro. En tanto, el pelón le dió orden que se saliera de clase y que fuera a la oficina del director de la escuela. Lugones, siendo inocente, se negó diciendo que él no había hecho nada. No gustando que le negaran, el pelón lo tomó del brazo con un movimiento violento y sin acabar su maniobra le apagó las luces Lugones con un riatazo invisible de pandilla callejera a su cara, dejándolo tirado en el suelo. Después de unos minutos pudo el maestro pelón levantarse a gatas corriendo, escurrido a la oficina del director. Ese día, al Chalán le cayó todo muy en gracia y a Lugones nos pareció como Chucho el roto, el Tarzán del barrio escolar. Francamente, no sé qué aprendí en esa escuela pública, pos ni en el recreo había libertad para la raza. En toda la escuela había, entre toda la bolillada de maestros, sólo dos maestros de ascendencia mexicana, pero nomás en las cachas tenían lo mexicano porque nunca se les vió hablar una sola palabra en español. Para nosotros nos parecía que estaban agabachados. Uno de ellos era el coach Espronceda de Physical Education o P.E., como lo llamaban todos. Aunque sus acciones nunca mostraban lo personal, tenía la regla de no permitir hablar en español mientras jugábamos a touch football. Para toda la raza, criada con puro español en la casa, esto era como pedir que no comiéramos comida mexicana casera. No faltaba en el momento máximo gritar: ¡Tira la bola, buey! ¡Pa'cá! ¡Orale! ¡No! ¡Pa'cá, buey! Y a correr, como mulas, alrededor de la cancha cada vez que nos salía una palabra en español. Ese año salí como el más veloz de toda la clase... Al terminar el año escolar salimos todos de vacaciones en el carro viejo de Panchito. Iba Doña Chemita, Jesusita, Panchito, Lucía y yo en un Plymouth viejo del año treinta ocho. Como Panchito era oficial del gobierno americano, conocía a todos de la migración al lado mexicano y fué fácil arreglar una visa para mí como hijo legítimo de los Candelaria. Las carreteras mexicanas eran angostas y boludas y los carros viejos americanos se calentaban con la nada. Ibamos todos muy contentos cuando mucho antes de llegar a Cartagena se le acabó la esperanza al Plymouth viejo. Y allí nos quedamos. Salió Panchito a buscar ayuda dejándonos solos allí toda la santa noche. Las mujeres rezaban el rosario pidiendo protección y los coyotes le daban segunda dentro del vacío de la oscuridad.... En otra ocasión, decidió Panchito salir por Carmona en lugar de Reynero, porque por allí no conocíamos y para él, el conocer nuevos lugares era educacional. Todo iba bien hasta que empezó a llover cascadas y el río Lobo se creció dejando el vado sumergido entre la corriente tumultuosa y agitada. Panchito preguntó: Oiga, perdone, pero ¿cuánto dura el río crecido? Pos,...eso depende. Durará unos cuantos días? Pos, es posible. ¿No habrá un camión por aquí que nos estire hasta el otro lado? Pos, quien sabe. Las mujeres hicieron campo y cocinaron un cabrito que había comprado Panchito, al estilo casero en su sangre y luego después en salsa de tomate con especias. Para nosotros era una aventura todo esto, aunque los remolinos de la corriente nos daban mucho miedo. Después de tres días se bajó la creciente y pudo Panchito conseguir un troque que nos estirara, pos todavía había como un metro de agua encima del vado. El agua llegó casi hasta las ventanas pero los rezos de Doña Chemita y Jesusita nos hicieron brecha hasta el otro lado. Como había llovido mucho, la subida en el otro lado se había hecho un zoquetal de los diablos y el pobre Plymouth ni con mariguana hubiera subido. Dijo Panchito: No se apuren. En México, ¡todo se hace! Se fué y regresó con un campesino con sus dos enormes bueyes, uno colorado y el otro canela y con una buena amarrada, la sumida de la pata de Panchito y nosotros empujando mientras las llantas nos rociaban de zoquete, pudo el viejo Plymouth treinta y ocho escalar la cima de ese imponente barranco. Ese día surgió Panchito el hombre cabal y héroe nuestro, digno de ser el oficial respetado y honesto que era en el condado de Morelos.... Arnoldo Carlos Vento, a teacher, writer and critic, was born in the Rio Grande Valley and was raised in the small community of San Juan, Texas. With more than ten books and forty articles to his credit, Dr. Vento is currently an Emeritus Professor at the University of Texas-Austin and Executive Officer of Eagle Feather Research Instute. He developed the first Chicano Studies Program in Michigan in 1972 and was a co-founder of Canto al Pueblo, a national forum for artists and writers, in 1977. His father was the Head Jailer in the Hidalgo County Jail while his mother was an activist writer and participant in the Mexican American Civil Rights movement beginning in the mid twenties and continuing through the seventies.
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